domingo, 8 de agosto de 2010

Literatura Hondureña

El acervo legendario de Honduras es relativamente pobre por su cantidad, pero sí es rico por su calidad, pues aunque no llega a igualarse al de otras regiones, asiento de grandes civilizaciones, como México, Yucatán y el Perú, sin embargo, es digno de estudio, como indispensable en toda nación, ya que la ideología que campea en él arroja luz sobre el conocimiento de nuestro pasado y, por consiguiente, ilumina en parte el camino a recorrer en el porvenir.
Mas, atino que la pobreza de la heredad legendaria tiene causas desconocidas y que precisa estudiar; es más, muchas de las joyas folklóricas de algunos vecinos países nos son comunes, como en su oportunidad se probará. En efecto, uno de los focos luminosos de la cultura maya tuvo su sede en el occidente de Honduras, Copán, abarcando parte del suroeste del país.

Verdad es que a la fecha los estudios etnográficos están en pañales entre nosotros, fuera de que se nota por ciertas toponimias, una serie de intromisiones, como si estos pueblos hubiesen sido conquistados unos a otros, resultando de ello que el estudio debe someterse a una escrupulosa observación. Desde luego, la influencia mexicana en todas partes se nota, pero ésta es mayor hacia el sur, pues los éxodos mexicas, eran costaneros, como si no interesasen penetrar al corazón del país, o sea, que les interesaba más acortar la distancia, para sus expediciones hacia el sur.

Aunque puede asegurarse que existían colonias mexicanas por todo el territorio nacional, como lo describe el padre Francisco Vásquez en su famosa crónica y Hernán Cortés en sus Cartas y Relaciones.

Motivos ignorados de seguro, han influido para que las viejas tradiciones, sobre todo las de origen maya, se hayan perdido, y a estas horas nadie sepa ya los trozos que el cronista indio de Guatemala salvó, como preciosidades de un pasado más antiguo, en esa joya folklórica que se llama el Popol Buj. En el occidente del territorio se recuerdan las tradiciones de la teogonía maya y en todo el país las mexicanas y chichimecas, fuera de las relativamente modernas y las de puramente fuente vernacular.

Uno de los motivos a mi juicio, de semejante olvido, fueron las invasiones desastrosas, de seguro las consumadas por tribus caribises, chichimecas o vernáculas, como la de los lencas. Siendo estas corrientes migratorias tan primitivas y salvajes, es de creerse que carecieran de los dulces frutos de la leyenda. Quiero decir, por ejemplo, que los chichimecas eran tan rústicos, como su nombre lo indica, que su poca literatura recordativa y folklórica, fue posterior, cuando se inició su engrandecimiento en las orillas del lago Pátzcuaro, en México, lo que quiere decir que sus tribus disgregadas, estaban en un lamentable estado de atraso, sea que ellas hayan pasado por este país o que posteriormente hayan venido en son de conquista, lo que no es remoto, debido a las persistentes trazas filológicas tarascas, que he encontrado en este territorio. Esto no es más que una simple conjetura.

Otro de los motivos para que se hayan perdido las tradiciones verdaderamente antiguas, es el poco estudio que de ellas se ha hecho, consultando las pocas familias indias que las guardaron, hay que agregar que la devastación del territorio en tiempo de la conquista fue grande por parte de los españoles, ansiosos de recoger la mayor cantidad de oro y plata posibles. Las tribus indias espantadas, se levantaron temerosas, buscando las cimas de las montañas o diseminándose en diferentes sentidos. Datos cronistas del tiempo de la colonia, afirman que la destrucción hecha aquí en Honduras, por los españoles, fue considerable, ya que creyendo que este país era El Dorado, afanoso pretendían reunir prontamente cuantiosas fortunas, fustigando a los indios que temerosos hacían sus huacas. ¿No es esa una de tantas razones para que el tesoro demopédico de antiguas civilizaciones haya desaparecido?

Pero la despoblación del territorio se aumentó, para cuando las guerras de España e Inglaterra trajeron a nuestras costas las horrorosas piraterías, cuyo vandalismo aterrorizó a los pueblos, que para defenderse abandonaron las costas y vecindades, lo que contribuyó en parte, para que las fuentes folklóricas a la fecha se presenten perturbadas y escasas.

Las incursiones de los salvajes zambos, hicieron mucho mal al orden colonial y varios pueblos se destruyeron por esa causa y se alejaron hacia el interior, donde la presencia de las autoridades era mayor garantía para sus vidas y propiedades.

Luego para que la leyenda, la fábula y la traición puedan brotar y conservarse, formen un nido confortable; entonces con kilates de cultura superior, surge el simbolismo trascendente o religioso y las deidades, en el cielo de lejanas teogonías, tejen el delicioso velo de la leyenda.

La historia tienen su entrañas oscuras y misteriosas: su calle infinita, desafía la mirada penetrante del sabio, que en su mayéutica admirable, bebe en la ubre de la noche del pasado, la tenue luz de la certidumbre, en ciertas mortecinas estrellas que lucen en el fondo negro de lo pretérito. Esas estrellas milagrosas que tachonan el cielo de lo desconocido de la humanidad, son la tradición y la leyenda, ellas, como el final de las raíces de lo que actualmente se sabe, tienen mucho de verdad y de grandioso simbolismo; representan la fe como tributo a lo inexplicable, pero aún así entran en el mundo de la ciencia y descansan en las profundas leyes naturales.

Ya, desde otro punto de vista, a mi ver, la trama mítica tiene su fundamento, si no puramente científico por lo menos filosófico, que es ciencia suprema y donde la verdad tiene su puesto de honor, aunque sea sobre las engañosas bases de una aparente falsedad.

En efecto, no hay suceso en el mundo, por paradójico, extraordinario e ilógico que parezca, que no quepa en el vaso universal de la verdad, tratando las cosas bajo una lógica general, eterna, en el espacio y en el tiempo, para que entonces los sueños que irradian su encanto desde las páginas de Las Mil y Una noche, tengan el prestigio de una historia abreviada de la vida moderna y aún una profecía de lo que más tarde será una realidad viviente, involucrada en la vasta ley de la unidad de la materia.

(Tomado de Tradiciones y Leyendas de Honduras. Museo del Hombre Hondureño, Tegucigalpa 1972.)

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